martes, 17 de junio de 2025

La gente anónima

Luis García Montero, con su voz decandente de poeta enamorado, narraba esta mañana en la cadena Ser sus vivencias en la feria del libro de Madrid, dándole las gracias a sus lectores y a los encuentros tan necesarios con los autores, que tanto inspiran. Esas personas anónimas que le dan un sentido a la vida y tanto ayudan a salir adelante, frente a los políticos corruptos y frente a los empresarios que corrompen y sobornan. Mi decepción ante todo lo que nos rodea es similar, desde la clase política sea del bando que sea a la incultura, la indiscreción, la mala baba, el todo por un "me gusta", la gente borde y sin escrúpulos y la cantidad de truños televisivos y/o cinematográficos que la gente ve por que hay que verlos, como ponerse los abrigos sin mangas en invierno. En tiempos de hartazgo, donde incluso algunas veces hasta la lectura me intoxica, recurro a Antonio Machado y su Juan de Mairena para limpiarme de todo pecado, reseteo y ya estoy dispuesta a recibir a otro autor o autora que me concilie con mi libertad. Y releyendo a Juan de Mairena, me acordé de su  profesión y de la visita que hice días atrás a un colegio de un barrio de Sevilla a hablarles a los niños de sexto de primaria de Antonio Machado. Ha sido el poeta decadente, que diría su hermano, esta vez con la pincelada granaína al estilo de Morente, quien me ha inspirado para sacar la cabeza del fango y respirar; hay esperanza en la gente anónima que da sentido a la vida. Aquellos niños y niñas que me escuchaban con atención, hablándoles de la Institución Libre de Enseñanza, de los aforismos, de la máquina de trovar, de los cielos azules y el sol de la infancia, conocían a Leonor, y la saeta, y el olmo seco, y el exilio en Valencia, y Colliure, y supe que había esperanza. Me escuchaban con atención y eso, era suficiente.

Al finalizar, la seño Inma, artífice de que esos niños y niñas supieran que al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar, recogió las impresiones por escrito, y leyéndolas, certifiqué que merece la pena no perder la esperanza en la gente anónima. En aquella clase de sexto, en aquel barrio obrero sevillano, unos grafitis de Juan Ramón, Blas Infante, Lorca y Bécquer, entre otros reciben a sus alumnos, entre los que estaba aquel niño vestido como cualquier niño de barrio, con las rodillas con postillas, los botines desgastados de tanto jugar en la calle y los ojos vivos, que me enseñó el secreto de la filantropía en el texto que guardaré como una antología poética de la esperanza. Sinceramente, me sentí segura ante el porvenir, de escuchar al menos entre todas la voces, una; la suya.

1 comentario:

  1. Qué bonito escribes y cuanta esperanza resumas .Esperanza tan necesaria como vital.. Gracias por acordarte de tanta gente anónima y enriquecedora que no pierden la fe y la ilusión en el arduo trabajo de educar y despertar el pensamiento crítico en nuestros hijos .

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