La literatura nos hace libres, nos hace ver el mundo con otros ojos y crea vínculos únicos. A Chaves Nogales si pudiese, le diría mil cosas pero sobre todo, que el maestro Juan Martínez no estaba allí, se quedó en Pino Montano tras una tarde donde fascinadas, descubrimos que se puede contar la crueldad de la guerra taconeando por bulerías en los tablaos de media Europa, así como a Manuel Machado, al subirse al coche que le llevaba de Burgos a Colliure, a reencontrarse con su querido hermano, le diría que llevaba en las ruedas la tierra de San Jerónimo, donde a los pies de su Monasterio, nos reunimos para entenderle, y para leer y oirnos, y hablar del post partido de las emociones Todo esto es muy poético, pero merecen un encabezado así como mínimo, los y las que me regalan su tiempo, su fidelidad y su cariño, un par de jueves al mes para hablar de literatura. Reconozco no encontrar en ningún libro las palabras necesarias para agradecerles esta conexión, no hay amor más sincero que reunirse en torno a la lectura, los autores y los libros. Desde que coordino los clubes de lectura de la Asociación Jacaranda de Pino Montano y el de la Biblioteca de San Jerónimo, la literatura no ha hecho más que darme cosas buenas, satisfacciones, reconocimientos personales y sobre todo, esa pátina de valía personal que tanto necesito, cuando de trabajo se trata. Delibes, más allá de los campos de Castilla, donde sembró el poeta el desamor, nos abrió su despacho para que admirásemos a la señora de rojo sobre fondo gris y Pantaleón, la ironía de las visitadoras en el servicio militar secreto que nos inició en el mundo camaleónico de Vargas Llosa. La biblia del oso, San Isidoro del Campo, tan lejos y tan cerca envuelto en memoria de cenizas, y Oscar Wilde, tan sensible, tan por encima de su difícil mundo interior, una vez salimos de la espesa niebla de los escenarios de Dickens, y a Paul Auster, sobre todas las cosas. Repetiremos paseo de letras por las calles de su Brookling. A Jorge Amado no se le puede leer en diez días, lo sé, pero hay que perderse en el Caribe de su lenguaje, en las palabras enredadas, como su Amazonía, donde un viejo leía novelas de amor. Mi jinete polaco sigue imparable, cabalgando por mi prado de lecturas imprescindibles, contagiando la maestría de su autor, ganando adeptos para la romería por la sierra de Mágina como los gané por los páramos pétreos de Comala, entre vivos y muertos, para certificar que la gran literatura no es perecedera, ni en tiempo ni en memoria. Lorca, Saramago, eterno aspirante en el banquillo, Miguel Hernández, los narraluces, Cervantes, por alusiones siempre, y alguna que otra anécdota personal, receta de cocina o emoción, como regalo de mis jueves y por supuesto, algún desengaño con autores indesengañables, de ésos de los que nos esperábamos más, que es algo que suele pasar cuando se lee lo que se vende. Vendrán más lecturas, más vivencias y más descubrimientos, y yo seré la mujer más feliz del mundo recibiendo de vosotros y vosotras, el entusiasmo que dicen que contagio y la certificación de que la literatura nos hace libres, y que además, nos salva de la mediocridad.
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