sábado, 26 de julio de 2025

Las voces y los ecos

El azul Machado en la paleta de colores de Sevilla de cada 26 de julio. 

Hay que reconocerles a su abuelo, ilustre darwinista, que le enseñó entre otros, el secreto de la Filantropía, a su padre, Demófilo, el sabio del flamenco, el de la alta frente, la breve mosca y el bigote lacio que en su despacho, lee, o a su abuela, doña Cipriana, con su caña de azúcar y sus cuentos, y a los campos de Castilla e incluso a esos veinte años que recordar no quiere, y a su hermano Manuel, por su escritura a cuatro manos aunque pese a ese pellizco de recelo que aún me pesa, Montmatre, la Macarena, los adelfos y el querer ser un buen banderillero ya han paliado. 

Este poeta cabizbajo, inmenso, retraído, soñador y melancólico, a este Catedrático al que le despojaron de su título dos años después de morir, devolviéndoselo en 1982, a este académico al que le quitaron la V de su silla, dejándonos su discurso, gracias a Angel González y a José Sacristán, entre otros.

Antonio Machado es un símbolo de la Literatura Española y ahora cualquiera le cita sin conocerle, sin haberse aventurado a leerle entre líneas, o lo que es peor, sacándolo de contexto, como aquella dolorosa continuación en la tribuna de la nación de la frase que lo encierra todo, "Hoy es siempre todavía". Aquel sevillano serio, sabio, sensible y sensato, el que conversaba con el hombre que siempre iba con él, aquel hombre en el buen sentido de la palabra, bueno, tuvo que abandonar su  patria por obra de esa mala gente que camina y va apestando la tierra, pero nunca sacaron de su cabeza y de su corazón, ni del bolsillo de su abrigo, esos cielos azules y ese sol de la infancia de cada 26 de julio, de aquella luz primera de huerto claro, donde madura el limonero. 

Don Antonio, allá donde esté, que es en la gloria de las letras, no merece ni una sola palabra que suene a ira, solo quiero que quien me lea sepa, por si hace falta aclararlo, que la memoria no tiene dobleces y cae ante la mentira mil veces contada para que pueda ser verdad. Ya fuese Tablante de Ricamonte, Juan de Mairena, Abel Martín o Antonio Machado, todos le cantaron a esas huellas del camino, a la vista atrás y a esa una de las dos Españas que le expulsó, la que había de helarnos el corazón, como tan bien recogió Almudena y a ese otro Jesús del madero que no está en la marcha de todos conocida, al que no puede cantar ni quiere, por si todavía hay alguien que necesita aclaración.

Ya lo dijo aquella única voz que escucho entre todas la voces, la que distingo del canto de los grillos, de los tenores huecos y de los ecos; ¿tu verdad? no, la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.  



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