miércoles, 6 de agosto de 2025

La sobrevaloración de las vacaciones

 


Allí, en la Argónida, solo me permiten recargar mis arrobas de bálsamo de Fierabrás de octubre a mayo, ya todos conocen sus atardeceres y sus sitios secretos y los que quedan por conocer pronto serán pasto del like y del history de Instagram, ese empalagoso coto empacho de felicidad de mojito Hacendado en chiringuito moderno, de pies en orillas, de piscinas con cubata de bordillo o de bikini por la raja del culo, vaya tortura. Las vacaciones están sobrevaloradas, dice, y yo pienso en que ojalá tener una higuera y tumbarme a leer bajo su sombra, con pajarillos y esos olores mágicos, en algún punto donde solo se vean árboles, y más árboles, eso sí sería sobrevalorar mis vacaciones, las que solo por el mero hecho de no ir a trabajar, ya son vacaciones con mayúsculas. Ese tiempo de oro, de improvisar, sestear, pintar un mueble o no hacer nada, siempre en septiembre, o en octubre, o hasta en noviembre, y dejar julio y agosto para la Sevilla sombría de toldos y de pocos bares, pero en definitiva, la Sevilla sin sevillanos, oh maravilla, que diría el poeta. Ya se encargaran los informativos de freír un huevo en el asfalto y de anunciar la misma ola de calor de todos los años casi apocalíptica, de termómetros, botellitas de agua, gorra, mando de aire acondicionado, albañil en el andamio y el típico carajote metiéndose en la fuente de la Catedral, para que la gente capte el mensaje encriptado y huya en carreteras atascadas a las playas igual de calurosas y masificadas, con los móviles bien cargados para después contarnos, lo felices que son, dejándonos solos, maravillosamente solos, en la ciudad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario