Espero que al recibo de la presente te encuentres bien de salud.
Quiero hablarte de una historia que he leído, que es una historia de historias. Lo escribe una mujer inmensa, de transparentes ojos azules por donde asoma la alegría victoriosa, la que pese a todo, aparece como un símbolo de identidad, de rebeldía, de lucha. De orgullo. Su valentía es incuestionable, aún recuerdo su voz aquella noche de noviembre en la basílica de la Macarena, cuando con nocturnidad y sin alevosía, recitó la letanía de unos pocos de los muchos, de los muchísimos nombres que aún quedan por rescatar de las fosas, de las cunetas, pero nunca del olvido. Aquella noche, a esta guardiana de la memoria de azules ojos, casi la sacaron de la cama, como a tantos y a tantas que en el mismo sitio y en diferente tesitura, sintieron en sus cuerpos la sensación desgarradora de sacarte a la fuerza también de la cama, de la mesa, del trabajo o de tu propia vida. En su novela pastoral, “Querida mía”, me he encontrado en su lectura con una intra historia hermosa, llena de humanidad, hermanamiento y cariño, recibiendo al leerla, algo parecido al calor de la complicidad, un abrazo de palabras de quien tiene la misma intención ante el lector, sembrar la semilla del recuerdo lleno de memoria. En sus páginas he vuelto a pisar las mismas calles que no se han de volver a pisar, y que me perdone don Antonio el uso de su prosa, pero él me entenderá.
Entre renglones, me he encontrado con los mismos escenarios por donde mi Violeta pasaba pisando con sus tacones prestados, he vuelto a oír la voz de hiel, se han ensangrentado los alfileres de las modistas que cantaban con el alma y he vuelto a llamar a las puertas como el mismo miedo, como lo hacían quienes pidiendo una misericordia inexistente, imploraban una clemencia de plomo ante quienes tenían en sus manos manchadas de sangre y de sentencias de muerte, el poder de salvar una vida y las de los que la rodeaban, o de destrozarla.
Por las vidas de Isabel, Reyes, Consuelo, Trinidad o Esperanza, y tantas otras, se asoma la verdad, la justicia y la reparación con mayúsculas y por los balcones a la vida, de cualquier calle de Triana, de San Julián o de la Macarena, caen las macetas que las mujeres aferradas a sus entrañas y a sus delantales, tiraban para defender lo suyo y recuperar a los y a las que no volverán, y que caigan los geranios sobre quienes tengan que caer.
Isabel y Mariano, Violeta y Luis, Esperanza e Isabel, Cristóbal y Trinidad, que el amor prevalezca sobre todas las cosas, como la Esperanza, la que estaba y estará en las plegarias, la que nos mira con sus ojos grandes, la Universal, la de todos menos de él, afortunadamente ya lejos de sus plantas, y la de Frasca. Ella es la verdadera sal de la tierra.
Querida mía, Violeta y quien te escribe, te agradecen formar parte de una historia tan necesaria, humana y emotiva.
PD: Te mandan muchos besos, y un puñaíto de garbanzos.
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