lunes, 2 de diciembre de 2024

Generación en adobo

Puro costumbrismo musical, así lo definimos mientras desde el escenario, el incombustible embajador del Agropop, nos devolvía a los diecisiete después de vivir un siglo. Muchos de los asistentes fuimos afortunados de vivir aquellos tiempos del Opel Kadett y el Ford Escort, de la Derby y la Mobilette Caddy, donde una noche de 1989 en el sevillano Parque de los Príncipes nos reunimos para escuchar las melodías en adobo en ese concierto que una vez acabado se volvía a repetir en los bises al no tener más repertorio. Somos, fuimos, aquellos del vespino, de los veranos en Conil cuando se podía veranear en Conil, incluso sin hacer pesca submarina, los de los bancos, las litronas, el paquete de Fortuna y el radio cassette con cintas vírgenes TDK compradas en Vilches, de la calle Sierpes.

Pasados los cincuenta asistí, asistimos, a los treinta y cinco años de aquellos veranos de todos y todas y volvimos a dejarnos arrastrar por las emociones que se esconden tras cada copla, porque no es canción, se llama copla, como dice la ídem, donde hay una intra historia de esa Andalucía imperecedera, auténtica y nuestra de casa puerta, de esparto, de borricos, de jaula de jilguero, de tomate con sal y de vocabulario valiente, porque cantar en andaluz hoy es una distinción, seña de identidad pero antes fue toda una osadía. Como dicen los flamencos, se canta a lo que se siente, a los geranios de los patios encalados, a los aperos de labranza, a los amotos con las angarillas, a las sandías o aquel que vendía cupones en la esquina Sacristanes. Sevilla está llena de intra historias en sus pueblos y en su capital, y de tópicos y de personajes que los desmontan maravillosamente, como Silvio, como Benito, como tantos, por eso hay quien se pone un sombrero cordobés para subir al escenario a cantar la elegía por la muerte de un canario. Por sus letras se asoma la Andalucía de verdad que no se vende en Fitur ni falta que le hace, la de las vecinas al fresco, las azoteas con la ropa al sol, los melones calaos y la vida intensa, como en las calles de Chicago americanas, igual que en Dos Hermanas.

Al igual que los Smash o Triana, ellos fueron el ejemplo de que innovar en la música era posible, ya no de Despeñaperros para arriba si no un poquito más allá de Trebujena. Su legado queda en la memoria musical de los mejores años de todos los que llenamos el auditorio de la Cartuja una noche de noviembre y fuimos felices saltando, cantando y bailando las melodías en adobo que nos abrigaron y abrigarán el corazón como el mejor recuerdo de aquella banda sonora de toda una generación de Bolillón.

Eternamente, el costumbrismo musical de las coplas en adobo y la filosofía chanclera de que a los problemas sin remedio, litro y medio.


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