Recordaré toda mi vida el sonido del río, el de las hojas agitándose con la brisa y el verdor de aquella tarde de julio, nada más bajarme del coche. Soria me recibía así, con ese olor agarrándose a mi alma para ayudarme a entender aquello de "álamos de las márgenes del Duero conmigo vais, mi corazón os lleva". Y mientras respiraba el aire que el poeta anhelaba para la recuperación de Leonor, en aquellos desesperados paseos por el camino del Mirón con ella en su silla de ruedas, por los adoquines de la vieja y secreta Soria, mis pies se recreaban sobre los mismos caminos donde se apoyó aquel bastón que recibió Manuel en Colliure, como testigo del desarraigo, con la emoción de hacer camino al andar; el olmo seco, San Saturio, la novia niña y la Audiencia, donde la campana siempre dará la una.
En la invitación manuscrita de aquel día de Reyes, con la leyenda "En la ribera del Duero, te espero", se escondía el amor verdadero tras un mapa sentimental con coordenadas para pasear con los cinco sentidos por los campos de Castilla. Fui una niña que seguí sin darme cuenta los pasos del poeta por unas Soledades concurridas entre los mundos sutiles sin saber quien era Don Guido o ese Jesús que anduvo en la mar, o cuando asomaba el pie de San Cristobalón o aquellas lechuzas que se paseaban por el olivar, volando y volando por entre las hojas de los comentarios de texto en sexto de EGB. A aquel ejemplar de las "Poesías Completas" de entonces, al que considero como mi primera edición, se le caen las páginas donde aún queda alguna frase subrayada, aunque por aquel entonces, no entendiese a qué sabe la pena con mayúsculas. Luego llegó Serrat, siempre Serrat, para explicármela, y llegaron la Sierra de Mágina con ese andar melancólico, solo, triste, cansado, pensativo y viejo, las piedras de Baeza, el aula de su clase en el instituto, el huerto claro, Segovia, la calle Churruca, Rocafort o Colliure, a donde algún día le llevaré al poeta que descansa lejos del hogar, donde lo cubre el polvo de un país vecino, el limonero que crece en mi balcón, bajo los cielos azules y el sol de su infancia.
Tras cada visita que acompaño a la exposición "Machado, retrato de familia" la emoción que siento es inexplicable, porque transmitirla es un privilegio, como lo es ver mi entusiasmo reflejado en los ojos de quienes me escuchan decirles que el hoy es siempre todavía, ha merecido la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario