Soy de centro, aunque viva en un barrio y de otro barrio similar provenga, pero soy de centro, porque los mejores años de mi vida los he vivido en sus calles y en sus bares y porque cruzar el arco y enfilar San Luis es como nadar libre, sin la pecera. Ultimos reductos por donde transitar, calles que son ahora mi mapa del tesoro, el cual guardo con celo, porque cada vez son menos los sitios donde no nos esperan candados en las ventanas y foráneos en busca de tapas y montaditos. Si me pierdo, que no me encuentren los que buscan, porque egoístamente, no quiero dar coordenadas de la Sevilla secreta que desgraciadamente, cada vez más se aleja del Arco, la que se esconde en los barrios donde los peces de ciudad podemos nadar libres, en las barras de los bares, lejos de trollies, del velador solo para la media ración y de los esclavos del "like" en instagram. Y como se encargan en despojarnos de nuestra identidad, defendamos la identidad secreta de una Sevilla extramuros y no digamos a nadie nada, ni pistas ni recomendaciones, nada. Que siga agonizando la tienda de ultramarinos ante las tejas dulces, los helados de autor y los resecos trozos de pizza, mientras se hace cola para comer churros con chocolate y selfie, tampoco faltaba la tuna, amenizando y amenazando. Por el Salvador mejor dar un rodeo por si asoma una de tantas despedidas de soltera; tres conté el pasado sábado, una de ellas con una señorita vestida de pollo o de loro, que para el caso, es igual. Si alguien me detiene y me pregunta dónde comer algo típico, les indico la zona donde se elabora el mejor serranito o donde puede degustar una exquisita paella valenciano congelada acompañada de una sangría, Sevilla es nuestra gloria y hace mucho ya que se nos fue de las manos, como canta la sevillana. Dejando atrás una boda, de coche de años 20 y zapatos imposibles para los adoquines, me crucé con gente esperando para sentarse, algo comprensible en época de caracoles, cuya espera la hacía más o menos llevadera unos mariachis, que es algo tremendamente sevillano. El recogimiento habitual de una iglesia me recibía sorprendentemente alterado por el "ole ole con la a, ole ole con la e, ole ole con la i" de los Cantores de Híspalis, por su compás asomaba el ambiente de fiesta, la luz, los farolillos y el clima, que unido a la situación, invitaba a entrar y entré, pero unos guiris daban cuenta de que por mayo era por mayo, cuando crecen las flores y las cruces, y encantados de la vida, disfrutaban en chanclas, dándolo todo, en este cada vez más, parque temático.
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