lunes, 29 de enero de 2024

El bolsillo del abrigo

Inesperadamente, pasamos estacionalmente de lo sublime a lo ridículo y ya nos sobra el abrigo; el termómetro de esta ciudad va más allá de lo puramente meteorológico, forma parte de una anarquía hispalense que una vez pasan los oropeles navideños, con margen de algunos días de desintoxicación, anuncia una incipiente primavera que voluptuosa, asoma rozando los finales de enero. Los días nos aceleran, el cielo azul insulta, invita y regocija, recortando aquellos mismos perfiles urbanos donde nos perdemos para encontrarnos, la calle se llena y el entusiasmo emerge, mezclado con una punzada de dolor al reconocer que deberíamos ganar tiempo para perderlo por ejemplo ahí, en ese uno de los últimos reductos que quedan de esa Sevilla auténtica que aún no ha sido invadida por los del brunch y el gastrobar. La resistencia está en la clave secreta de ese camarero que te pone dos, o tres, o cuatro, nada más te ve aparecer, defensa y reivindicación ante aquellos bares que alguna vez fueron nuestros y que se han rendido al trolley de piso turístico y la media ración en velador. Habremos perdido esa batalla, que no la guerra, aún nos quedan las pocas trincheras donde apoyar el codo, estrechos, como los acerados a los que nos subimos con dificultad para que pase el coche de alquiler que no sabe a dónde va y la rebeldía del vaso en la calle, la mirada con desconfianza de a ver dónde vas a dejarlo y la bolsa de papas fritas abierta, para echar abajo los tanques a la calle. Ambiente de igualá, ganas de calle y el reencuentro con las mismas caras de siempre en esos baluartes donde nuestra primavera comienza su guerra de luz y entusiasmo, mientras el abrigo aguarda hecho un ovillo entre cuentas de tiza, a un lado del mostrador, recordándonos aquella primavera que había venido y nadie sabía como había sido de don Antonio, quien siempre llevó a esa Sevilla sin sevillanos, la gran Sevilla en el recuerdo y curiosamente también, en el bolsillo de su abrigo.

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