sábado, 14 de septiembre de 2024

Cuaderno de viaje

Ordeno las fotos de mi último viaje; un paseo por el Románico escrito con tinta de tinto de Toro, permítanme la aliteración mientras me deshago del síndrome de Estocolmo que me traje en la maleta. A estas alturas de la vida, donde sabemos perfectamente lo que no queremos solo una cosa tenemos clara, que la vida hay que vivirla. Quedó claro desde que el viento de la veleta de San Gil viró de levante a poniente trayendo el primero de nuestros viajes, aquel que de entre todas las opciones posibles decidiste entenderme. Y aunque me guste ir ligera de equipaje, como los hijos de la mar, lleve conmigo mis circunstancias, mis ayeres, mis nuncas con sus jamases y mis no quiero jugar, tú te limitaste a respetarme, a respetarlo, a ayudarme y a poner en nuestra vida en común dos buzones separados, para enviarnos postales escritas a cuatro manos. Escribo en las hojas de mi cuaderno de viaje repleto de fotos, notas, entradas de iglesias, museos, servilletas, posa vasos o billetes de tren, avión o metro, lo vivido en Polonia, Lisboa, Sanlúcar, Avila, el Bierzo, Florencia, La Rioja, Bilbao, Madrid, Baeza, Soria, Madrid, Granada, Burgos, Cádiz… caminos por donde rodamos y rodaremos la vida que pasó y que pasará. Nos queda conquistar Manhattan, porque ya conquistamos Berlín, y me queda temblar muchas más veces de emoción cuando te pares cada vez que te lo pida; el silencio del Bierzo, los álamos de la ribera del Duero que conmigo van, la sala de Caravaggio, el baño al atardecer en la helada praia do vale dos Homens, la nieve alemana, el olmo seco y los caminos que se hacen al andar. Cuba, algún concierto, Budapest, Trujillo, las Acelgas Manolo, el camino de Santiago en bicicleta que nunca haremos, o sí, quien sabe, la Semana Santa que nos espera en Zamora si nos atrevemos, Oporto, Galicia, Barcelona, Roma, Croacia, Colliure... No quiero terminar este capítulo reciente de mi cuaderno sin agradecerte el llevarme a donde quiero ir, ya sea tras los pasos de San Juan de la Cruz, del Románico, la Alhambra o la Mágina de Muñoz Molina, a buscar las glosas emilianenses, a escuchar Into the Groove en la voz de mis quince años, a descumplirlos en Faro Blanco, a Vizcaíno y al Tremendo a enrrearnos en la madeja de lo inesperado, o a subir y bajar por la Resolana, donde vive la Esperanza.

Dos complementarios de barra que escriben en común el porqué nunca se sientan en una mesa de comedor, lo dicen las canciones de la lista de Spotify que nos acompañan en los caminos, y mientras vuelva a abrir el cuaderno para contar otra aventura, con la barra de pegamento y las tijeras cerca, sigamos brindando con la señá Gabriela para que hoy siga siendo siempre todavía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario