jueves, 11 de julio de 2024

Rosalía, Lola y Patti

 

Más cerca de Lola Flores que de Rosalía, con canas en mi cabeza, en los prados escarcha, sin dejar de soñar y con esta primavera constante en el alma, cumplo 55 años llena de una alegría incombustible. Me sigue emocionando este día porque celebro la vida sin echar de menos a nadie, los que se tenían que ir se fueron y los que se tenían que quedar, están. Y como cantaba Silvio, el otro, que me perdonen por ello los muertos de mi felicidad; soy una mujer libre, autónoma y feliz que con su tiempo hace malabares, porque es el entusiasmo el que sigue marcando las horas en el reloj de mi maquinaria. En 55 años han pasado muchas cosas, dos hijos que son el norte y el sur de mi brújula y he sentido el verdadero miedo, pero como diría don Antonio, en mi juventud, hay algunos años que recordar no quiero. Y parafraseándole, celebro mi torpe aliño indumentario, que es otra forma de ser libre y que no me pinte las uñas porque me pesan las manos y no use mascarilla del pelo porque me baja la tensión, rarezas tan mías como la sangre verde que me corre por las venas, la más roja de las verdiblancas, como alguien a quien quiero mucho dijo de mi, y que soy un cúmulo de cosas aparentemente distintas, rarismo ilustrado, la Patti Smith del Polígono de San Pablo, quizás yo de por sí ya sea un oxímoron y es algo que me hace feliz, por serlo, simplemente. Muchas y muchos se sorprenden de que siempre esté alegre, y es que siempre lo estoy, quizás porque tengo una habitación propia y un lugar para escribir, que diría Virginia Woolf, una librería llena de libros y una alfombra en la puerta de mi casa con una frase de Frida, una bici que me lleva donde quiero y en mi corazón, su compañía, para ir hoy, que es siempre todavía, a la ribera del Duero, donde me esperan. Sigo observando la vida desde mi caja de cartón, soñando con convertirme en la Sandy de Grease y mientras llega, voy cumpliendo sueños; mis clubes de lectura, mi taller de escritura creativa, mis artículos, las charlas o la tercera edición de mis Garbanzos en el escaparate de la librería de Santa Catalina donde me veía de niña. Espero seguir soñando, observando, sumando puestas de sol sanluqueñas, Jueves Santos luminosos, goles de mi Betis, miradas cómplices y juntar muchas letras por la azotea de mi misma, hasta que llegue la de verdad, por ello, cumplir 55 años, bien merece regalarme el comienzo de una nueva novela.


 


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